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“Desde lo alto del Cóndor, los voy despidiendo, compañeros”

  • Foto del escritor: Futboleros Fútbol Club
    Futboleros Fútbol Club
  • 27 jun
  • 3 Min. de lectura
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Cóndor:

Columna de opinión de Aurelio Valenzuela

“Desde lo alto del Cóndor, los voy despidiendo, compañeros”


Con los años, uno aprende a mirar la vida desde otro lugar. Ya no desde el centro del campo o el camarín, ni siquiera desde la banca. Hoy la miro desde una altura distinta, como ese cóndor majestuoso que sobrevuela la cordillera, testigo de tantas historias que el viento no se lleva porque están grabadas en el alma.


Tengo 82 años, y aunque mi cuerpo ya no corre como antes, mi memoria aún juega de titular. Fui futbolista profesional en mi querido Chile, donde compartí vestuario, alegrías, derrotas, goles y abrazos con verdaderas leyendas del balompié nacional. No solo fueron cracks dentro de la cancha, también fueron tremendas personas fuera de ella.


Hoy me toca despedir a tres de esos compañeros que dejaron huella. Hombres que hicieron historia y se ganaron el respeto de todos. Me refiero, con un nudo en la garganta, a Braulio Musso, Adolfo Olivares “Cuchi Cuchi” y Eduardo “Gino” Cofré. Sus muertes me remecen el alma, porque no solo fueron símbolos de Universidad de Chile o de nuestra querida selección, sino parte de una generación que marcó al fútbol chileno con talento, garra y humildad.


Braulio Musso, capitán del inolvidable Ballet Azul, se nos fue a los 95 años. Un caballero dentro y fuera de la cancha. Conquistó cinco campeonatos y dejó una huella imborrable en La Roja entre 1954 y 1962. Era de esos que hablaban poco y jugaban mucho. Un líder natural, respetado por todos, un verdadero emblema del Chuncho.


Adolfo Olivares, el popular “Cuchi Cuchi”, también partió. A sus 84 años se despidió este porteño de alma y corazón, bicampeón con la U, que también supo brillar en Bolivia con The Strongest. Siempre simpático, siempre derecho. Tuve la suerte de cruzarme con él y compartir alguna charla futbolera de esas que se quedan en el corazón.


Y hace apenas unos días se nos fue Eduardo “Gino” Cofré, a los 63 años, demasiado joven aún. Lo suyo fue lucha, hasta el final. Estuvo hospitalizado por una dura neumonía que no logró superar. Rompió la sequía de títulos con la U en los años 90. Un delantero valiente, de los que no se guardaban nada. Y un buen tipo, de esos que uno quiere tener siempre cerca.


La partida de ellos me duele. Me hace mirar alrededor y pensar en todos los que ya no están. Compañeros, rivales, amigos. Tantos que ya emprendieron el vuelo eterno. A sus familias, mi más profundo respeto y cariño. Sé lo que significa perder a alguien que uno admiró, que fue parte de la vida. Que cada lágrima que derraman esté acompañada de orgullo, porque sus seres queridos dejaron una marca indeleble en nuestra historia.


Escribir esta columna me ayuda a recordar. Me transporta a esos tiempos gloriosos donde el fútbol era pasión pura, donde la camiseta se mojaba con orgullo y no con contratos. Aquí en “Cóndor”, vuelo por la memoria, por los recuerdos, por los Andes que tanto quiero y por este Chile que me dio todo. Desde esta altura, puedo ver lo que muchos no ven: los rostros, las jugadas, los gritos de gol, los abrazos sinceros.


Ser como el cóndor es poder mirar desde arriba y entender lo vivido. Es saber que, aunque el cuerpo envejece, el alma sigue joven cuando recuerda. Y yo, mientras tenga fuerzas, seguiré escribiendo, compartiendo historias que merecen ser contadas, porque son parte de quienes fuimos y de lo que somos.


Los ídolos no mueren, simplemente cambian de cancha. Ahora juegan desde el cielo, donde no hay lesiones, ni derrotas, ni tiempos extras. Solo aplausos eternos. Y desde la altura del Cóndor, yo los aplaudo de pie.

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