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En memoria de Juan José González Borja.

  • Foto del escritor: Aurelio Valenzuela
    Aurelio Valenzuela
  • 11 ago
  • 2 Min. de lectura

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Cóndor:

Columna de opinión de Aurelio Valenzuela

En memoria de Juan José González Borja.

 

Yo, el cóndor de esta historia, me elevo sobre recuerdos que huelen a nostalgia y a melodías eternas. Recientemente, al enterarme de la partida de mi querido amigo Juan José González Borja, quise alzar el vuelo con su historia, como él lo hizo siempre con orgullo y pasión.

 

Juan José no era un fan cualquiera de Juan Gabriel —era el fan número uno, reconocido por el mismísimo Divo de Juárez como su alma gemela. Me lo contaba con tal emoción, como si yo estuviera a su lado. Con esa voz que partía el alma, recordaba su colección de 300 discos, fruto de años de devoción y secretos compartidos, el obsequio que envió a Juan Gabriel a través de Pepe Tequila, el vihuelista. Aquel día, en el hotel Lucerna de Tijuana, el autor de Noa Noa, Querida y Amor Eterno le habló, tras descubrir que ambos eran "búfalo de tierra" en el zodiaco chino. «Me gustaría trabajar para usted», le dijo Juanjo, y así comenzó su nueva vida.

 

«Después de eso, ya me podía morir», solía confesar, entre risas y reverencias. Y de hecho, la muerte física de Juan Gabriel —el 17 de diciembre de 2000 en San Diego— fue solo el inicio de una amistad que cambió la vida de Juan José. Él llamó a ese día su cumplimiento, no su final.

 

Ese hombre, en su casa de la colonia Guadalupe Tepeyac, me enseñaba su tesoro: pasaporte original, visa estadounidense de Alberto Aguilera Valadez, gafetes, correos, grabaciones, y hasta trajes y botas del artista. Aimantaba con esos objetos, como un cóndor absorbiendo el sol para mantenerse en lo alto.

 

Viajaban juntos: Juan José sentado en un avión privado, o de copiloto en el Mercedes biplaza por las carreteras de EE.UU. Me contaba la vulnerabilidad del ídolo, sus abusos por quienes confiaba, y también sus risas en Las Brisas de Acapulco o en El Dorado de Cancún. Juanjo estuvo en cada concierto, coordinando venta de discos, fotos, autógrafos: siempre primero entre los admiradores.

 

En medio de esa devoción, Juanjo puso nombre a sus hijas: Ana Gabriela y María José. Homenaje visceral al cantautor.

 

Como cóndor que vuela alto con visión amplia, añoro también aquellos días con el Club Nacional Tijuana: la gira internacional por Bolivia, Perú y Chile al lado de Roberto Ontiveros, un amigo entrañable. Allí, entre canchas y viajes, construimos recuerdos imborrables, como paisajes que el viento esculpe en la memoria.

 

Hoy vuelo sobre esa historia y la comparto como si Juan José me la narrara, con su corazón bien abierto, para que su pasión, su lealtad y su amistad sigan siendo viento bajo mis alas.

 

Juan José, amigo querido, tu vuelo elevó nuestras vidas y nuestras voces. Gracias por enseñarnos que la pasión cultiva el alma, y que un disco, una anécdota o una gira pueden convertirse en alas. Te despedimos con gratitud, por tu gran pasión por el futbol y con el eco de tus canciones y con el recuerdo de un hombre que supo volar alto.

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