Enrique “Cua Cua” Hormazábal: Elegancia y Magia en el Fútbol Chileno
- Aurelio Valenzuela
- 30 dic 2024
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Actualizado: 30 dic 2024

Cóndor:
Columna de opinión de Aurelio Valenzuela
Enrique “Cua Cua” Hormazábal: Elegancia y Magia en el Fútbol Chileno
A veces, la memoria es caprichosa, y hay nombres que parecieran no recibir la gloria que merecen. Pero Enrique “Cua Cua” Hormazábal no necesita estatuas ni vitrinas llenas de trofeos para que su legado resplandezca. Para quienes lo vimos jugar, quienes compartimos una mesa o un café con él, su esencia como futbolista y persona trasciende cualquier reconocimiento.
Recuerdo la primera vez que escuché su nombre: “Ese chico Hormazábal tiene magia en los pies”, me dijo un amigo del barrio cuando éramos adolescentes y soñábamos con ser futbolistas. No se equivocaba. Desde joven, Hormazábal mostró un talento que parecía sacado de otro mundo. Su habilidad para controlar el balón con ambas piernas, como si este estuviera pegado a un imán, y su precisión para colocar pases largos eran extraordinarias y un distintivo muy personal.
El inicio de una leyenda
Enrique nació el 6 de enero de 1931 , y su vida estuvo marcada por el fútbol desde el principio. Creció en el barrio Balmaceda, en una época en la que los sueños se forjaban en las calles y los terrenos baldíos. Allí, rodeado de amigos y risas, comenzó a moldear su estilo: elegante, técnico, pero también combativo y lleno de carácter.
Su primer club fue el Club Vizcaya, donde tambien militaron figuras de talla internacional, tambien fue parte de Santiago Morning, donde debutó en 1948. Aunque el equipo no era de los más poderosos, Hormazábal rápidamente se destacó. Era imposible no notar a ese joven mediocampista que parecía ver el juego con un segundo de anticipación. Su talento lo llevó a Colo-Colo en 1956, y allí se consolidó como una figura de referencia no solo en Chile, sino en el continente.
El apodo “Cua-Cua” y su conexión con la gente
Muchos se preguntan de dónde salió su famoso apodo. Algunos cuentan que tiene que ver con los cuarenta centavos que pagaba por el taxi para regresar a casa tras los entrenamientos. Otros simplemente creen que es una de esas historias que toman vida propia en los barrios y quedan para siempre ligadas al jugador. Lo que es cierto es que “Cua-Cua” no solo era un nombre; era una forma de describir su genialidad, su cercanía con la gente y su sentido del humor único.
Enrique era un hombre sencillo. Le gustaba pasear por la calle Ahumada en Santiago, siempre impecablemente vestido, con sus zapatos boleados como un espejo y su automóvil Ford del 51 reluciente. No buscaba llamar la atención, pero era imposible que pasara desapercibido. La gente lo saludaba, lo admiraba y él, con su característica sonrisa, siempre correspondía con amabilidad.
Un artista en la cancha
Si hay algo que me marcó de “Cua-Cua” fue su capacidad para dominar el juego. Era un mediocampista total, capaz de marcar goles, crear oportunidades y manejar los tiempos del partido. Tenía esa magia que pocos poseen, esa capacidad de convertir un pase largo en una obra de arte. Pero no era solo técnica, también tenía carácter. Nunca se achicaba ante los rivales, por más grandes que fueran.
En las Copas América de 1955 y 1956, Hormazábal brilló como pocos. En Uruguay, lideró a Chile en la histórica goleada 4-1 sobre Brasil, una hazaña que aún recordamos con orgullo. Su talento lo puso al nivel de grandes figuras como Ángel Labruna y Óscar Míguez, pero siempre con ese toque chileno que lo hacía único.
Sin embargo, no todo fue fácil en su carrera. En 1962, quedó fuera del Mundial de Chile tras una disputa con el técnico Fernando Riera. Recuerdo haber leído aquella declaración en un periódico: “Mira Enrique, tú sabes que eres número puesto, pero tienes que someterte a la disciplina que imponga”. Y Enrique, con su dignidad intacta, prefirió mantenerse al margen. Esa decisión, aunque polémica, habla de un hombre que nunca traicionó sus principios. Su ausencia abrió la puerta de la selección a Jorge Toro.
Más allá del fútbol
Pero Enrique no era solo fútbol. Era un compañero solidario, siempre dispuesto a aconsejar a los más jóvenes y a sacarles una sonrisa con sus historias. Cuando coincidimos en el Colegio de Entrenadores de Chile, aprendí mucho de él. Tenía esa capacidad de enseñarte sin imponerse, de guiarte con palabras simples pero llenas de sabiduría.
A menudo, durante esas reuniones, lo miraba y pensaba: “Este hombre es un tesoro viviente”. Y lo era. Su amor por el fútbol, su carisma y su alegría de vivir lo hacían inolvidable.
Ya retirado del fútbol profesional, Enrique encontró una forma especial de mantenerse cerca de las canchas: los amistosos con equipos de actores, talentos de televisión y conductores del Festival de Viña del Mar. Estos encuentros, que combinaban fútbol y espectáculo, eran una verdadera fiesta. Hormazábal, siempre con su espíritu competitivo intacto, jugaba con la misma pasión de sus años dorados.
Recuerdo particularmente un partido en Viña del Mar a finales de los años 70. Enrique no solo destacaba por su habilidad —que parecía intacta—, sino también por su sentido del humor. Durante esos encuentros, bromeaba con los actores y conductores, arrancando risas tanto a sus compañeros como a los espectadores. Uno de sus movimientos característicos era hacer "sombreritos" a quienes intentaban quitarle el balón, algo que, incluso en tono amistoso, desataba ovaciones del público.
Estos partidos eran una ventana al Enrique más relajado, más cercano, pero con el mismo talento que lo había convertido en leyenda. Fue en estas ocasiones donde el pueblo chileno volvió a disfrutarlo, ya no como el profesional de Colo-Colo o la Roja, sino como el ídolo que compartía su arte y alegría sin reservas. Siempre mostro gran amor y respeto por su familia. Él lo llego a mencionar sus dos grandes amores eran su familia y el club Vizcaya.
Enrique “Cua-Cua” Hormazábal falleció en 1999, pero su legado sigue vivo. Para mí, está entre los cinco mejores futbolistas chilenos de todos los tiempos. Su historia es un recordatorio de lo que significa amar este deporte, de cómo el talento, la humildad y el carácter pueden trascender generaciones.
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