"Mi corazón navega hasta Iquique"
- Aurelio Valenzuela
- 22 may
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Cóndor:
Columna de opinión de Aurelio Valenzuela
"Mi corazón navega hasta Iquique"
A veces, el alma viaja más rápido que cualquier avión. El 21 de mayo siempre será un día muy especial, mientras veía por televisión las celebraciones desde mi casa en Querétaro, sientía que estaba allí, en la costa de Iquique, con el corazón latiendo al compás de los tambores del desfile, con los ojos llenos de orgullo y la piel erizada por la emoción.
Nací en Arica, pero mi sangre también corre por las calles de Iquique. Mi madre, iquiqueña de corazón y temple, me enseñó a amar esa tierra como si fuera mía. Y lo es. La vida me llevó por estadios, vestuarios, y canchas en Chile y México, pero Iquique siempre ha tenido un rincón especial en mi memoria: el cerro Dragón como centinela eterno, el sol que acaricia su balneario como en ningún otro lugar del mundo, y esa gente que no solo es campeona en la cancha, sino también en el alma.
Este 21 de mayo de 2025 Iquique conmemoró una vez más las Glorias Navales, ese acto inmenso de dignidad y coraje que fue la Batalla Naval de 1879. Arturo Prat, con apenas 31 años, escribió con su sacrificio una de las páginas más nobles de nuestra historia. A bordo de la Esmeralda, frente a un enemigo superior, decidió luchar. No por la victoria, sino por el honor. ¿Cuántas veces utilicé su ejemplo como técnico, arengando a los muchachos en el camarín antes de un partido difícil? “Si Arturo Prat se atrevió a saltar al Huáscar, ustedes pueden dejarlo todo en la cancha”, les decía. Y vaya que lo entendían.
Cada año, desde lejos, veo cómo mi tierra se viste de memoria y homenaje. En este 2025, una vez más Iquique rindió tributo con su tradicional desfile cívico-militar en el Paseo Lynch, frente al muelle histórico. Niños, marinos, escolares, veteranos y autoridades caminaron al compás de la historia, bajo la mirada de la estatua de Prat, mientras las olas rompían contra el malecón como si aplaudieran también. El mar, testigo eterno de aquella gesta, sigue contando a las nuevas generaciones lo que ocurrió allí.
Las cámaras mostraban a jóvenes con banderas en las manos, y mi corazón, desde este rincón de México, latía con fuerza. Me invadieron los recuerdos: los entrenamientos con el equipo local, las noches en la playa Cavancha, las tertulias con viejos amigos hablando de fútbol y patria. La nostalgia no duele, pero aprieta.
Porque, aunque han pasado décadas desde que dejé mi patria, en días como hoy la distancia se hace más corta. Y uno vuelve, aunque sea en pensamiento, a esa tierra que forjó nuestro carácter. El mismo carácter que me ayudó a resistir partidos duros, decisiones difíciles, y también los silencios del exilio voluntario.
Hoy más que nunca, debemos mirar hacia atrás con gratitud. La historia no está hecha solo para ser recordada, sino para ser vivida. Arturo Prat no solo pertenece a los libros; también está en el corazón de cada chileno que, desde cualquier parte del mundo, se emociona al ver a su pueblo rendir tributo al valor.
El patriotismo no se mide por la cercanía geográfica, sino por la intensidad de nuestros recuerdos y el amor que aún sentimos por nuestra tierra. Yo, Aurelio Valenzuela, en esta etapa de mi vida, sigo creyendo que ser chileno no es solo un hecho biológico, sino un compromiso emocional. Y mientras en Iquique ondeen las banderas y suene la corneta naval, allá también estará mi alma, firme como Prat, valiente como Grau, y fiel como aquel mar que guarda la memoria de los que nunca se rinden.
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