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Reflexiones de un Testigo de la Gloria y la Historia

  • Foto del escritor: Aurelio Valenzuela
    Aurelio Valenzuela
  • 11 nov 2024
  • 3 Min. de lectura

Cóndor:

Columna de opinión de Aurelio Valenzuela

Reflexiones de un Testigo de la Gloria y la Historia

 

A lo largo de mi vida, el fútbol ha sido una constante, un compañero de viaje que me ha regalado emociones profundas, encuentros memorables y lecciones de humildad. A mi edad, miro atrás con la misma emoción que sentí cuando era un joven de 19 y tuve el privilegio de presenciar el Mundial de 1962, celebrado en mi querida tierra, Chile.

 

Aquel mundial, tan esperado por nuestro país, fue más que un evento deportivo; fue un hito en medio de un contexto histórico convulso. Latinoamérica, y en especial Chile, enfrentaba desafíos sociales y políticos importantes. El terremoto de 1960, uno de los más devastadores en nuestra historia, había dejado una cicatriz profunda, pero el fútbol, con su magia, logró unir a una nación que se levantaba del polvo. Era una época donde la música del rock and roll comenzaba a revolucionar al mundo, y el himno del torneo, con sus notas vivaces, reflejaba perfectamente el espíritu de renovación y esperanza.

 

En ese campeonato, Brasil, liderado por el joven prodigio Pelé, buscaba defender su título de 1958. Sin embargo, el destino es caprichoso. Una lesión en el segundo partido dejó fuera a Pelé y las esperanzas parecían desvanecerse. Pero Brasil, con una plantilla cargada de talento y determinación, logró sobreponerse y consagrarse campeón. Para un joven que empezaba en el futbol profesional, ver aquello fue una lección de resiliencia y coraje.

 

Por ese entonces, comenzaba mi carrera en San Luis de Quillota, un club que me permitió dar mis primeros pasos y que luego me llevó al poderoso Colo Colo en 1965. Aquel año, el estadio internacional de Santiago se vistió de gala para un torneo que reunió a clubes de gran renombre, incluido el Santos de Brasil. Aunque fui adquirido como refuerzo, no pude jugar, algo que en su momento me frustró, pero que años más tarde entendí como una estrategia del club para proteger mi valor en el mercado.

 

Lo que no sabía es que, en medio de esa experiencia, el destino me regalaría un momento inolvidable: en el túnel que conducía a los vestuarios, me encontré cara a cara con Pelé. El astro brasileño, con su característico carisma, me saludó, me abrazó y me deseó éxito. Para un joven futbolista, recibir ese gesto de la mayor figura del fútbol mundial fue tan sorpresivo como alentador. Era un recordatorio de que la grandeza se mide tanto por los goles como por la humildad.


Con el tiempo, mi carrera me llevó a vestir la camiseta de la selección nacional, donde compartí el campo con leyendas como Elías Figueroa. En esos días, bajo la dirección de Francisco Hormazábal, entrenábamos duro, alternando las responsabilidades del club y la selección. Fue en ese periodo cuando, por sugerencia de Hormazábal, llegué al Santiago Morning, un club al que guardo un cariño especial y que me regaló momentos que atesoro hasta hoy.

 

El fútbol, como la vida, es una suma de instantes y decisiones. Siempre he reconocido que mi llegada a aquellos momentos no fue producto del azar, sino del esfuerzo constante. Pero hay ocasiones en que la fortuna se viste de personas. El encuentro con Pelé me enseñó que, más allá de las victorias y las derrotas, lo que perdura es la manera en que tratamos a los demás.

 

Hoy, al compartir estas historias desde mi columna Cóndor, busco reflejar la libertad que siento al hablar del pasado y del presente, como el ave majestuosa que sobrevuela nuestra cordillera, testigo de luchas, triunfos y nostalgias.

 

Recuerdo a mi hermano Tite, quien, con su talento y bondad, me inspiró y apoyó en mis inicios. Y pienso en aquellos que, como Pelé, marcan a otros con su grandeza sin esfuerzo alguno.

 

Termino con un pensamiento: el fútbol es más que un juego; es un legado de historias y pasiones que cruzan generaciones. A veces, basta un abrazo en un túnel para recordar que, en esta vida, la verdadera grandeza está en la sencillez de un gesto.



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